Llevo 6 años
sin correr. O mejor dicho sin practicar Running regularmente (porque es cierto
que me resulta imposible no dar unas zancadas para volver al portal de mi casa
tras tirar la basura, subir una escalera, cruzar un semáforo o desplazarme de
un lado al otro de la pista cuando entreno a mis alumnos).
Algo dentro me
quema cuando no corro.
Esta mañana me
he despertado sin despertador. Son apenas las seis y media. Llevo seis años sin
correr y he decidido poner fin a este sacrilegio ahora mismo. Tengo hambre y
siento el cuerpo totalmente dormido. Busco mis zapatillas en la caja de mimbre
donde solía dejarlas…
Ahí siguen.
Me las enfundo
con la misma precisión de antes. Pero cuando me pongo de pie y doy el primer
paso las noto distintas. Lo que antes era una suela con una excelente
amortiguación, ahora es un plástico duro que suena cada vez que todo el suelo.
¿Por qué dejé
de correr?
¿Por qué
corría?
Me paro
durante unos segundos a pensar, pero ya no recuerdo la enorme lista de mentiras
que solía responderme a mí mismo. Llegado a este punto, es inevitable no repetirme
la pregunta que me ha acompañado durante toda mi vida.
¿Por qué
corremos?
Esta mañana decido
olvidarme de todo lo pre establecido. Experimentar el Running como nunca antes
lo había hecho. Me quito las zapatillas y salgo a la calle con los pies
desnudos.
¿De locos?
Puede ser
Mientras bajo las escaleras, me resulta
imposible pensar en uno de los referentes que siempre me han movido a correr: Kenia
y los Kenianos. Ese pueblo que tanto he
estudiado y del que tanto he aprendido.
Pero hasta
esta mañana nunca había experimentado el running como ellos. Nunca había sido
Keniano.
Decido que
hoy, si quiero beber, tendré que ir corriendo a la fuente de agua potable más
cercana (por suerte está a 1km de mi casa). Decido que empezaré corriendo
descalzo por la playa ya que aquí no hay tierra, solo asfalto. Decido que si
quiero volver a tener unas zapatillas, van a tener que ser regaladas y de
segunda mano. Con la suela totalmente deformada por miles y miles de
kilómetros. Decido que cuando vuelva a casa, voy a comer arroz hervido sin sal.
Pero eso será
después de correr, porque aunque noto la arena congelada entre mis pies, la
boca seca, el estómago vacío y mi cuerpo dormido, no siento ni frío, ni hambre,
ni sueño, ni sed. Solo pienso en correr.
Aunque ya
había trotado descalzo, incluso por asfalto, hoy mis sensaciones son totalmente
distintas. Siento como mis pies se abren y empiezan a despertar zancada a
zancada. Los músculos se activan y los huesos se separan.
Tras unos
minutos siento la necesidad de adelantar ligeramente mis hombros y correr con
un desequilibrio prácticamente inapreciable, pero que me transmite una
mayor sensación de avance.
Empiezo a
pensar en los miles de años de evolución que han experimentado las zapatillas.
Lo que ahora llamamos Running. Desde el
primer hombre o mujer que decidió hace miles de años ponerse una piel de animal
para protegerse los pies del frio y las piedras, hasta las Nike Vaporfly de hoy
en día. Una maravilla de la ingeniería deportiva, un 4% de energía ahorrada en
cada zancada. Me imagino las sensaciones que deben de experimentar los atletas
al llevarlas.
Pero hoy corro
descalzo.
Poco a poco empiezo
a pisar y a correr de manera distinta.
Dirijo mis
zancadas hacía la orilla de la playa. Al pisar la arena dura, mi cuerpo se
acelera de manera automática. Estoy corriendo realmente rápido. Siento que
vuelo. Con una ligereza que nunca antes había experimentado… y entonces …. Entro
en Nirvana.
Por primera
vez en mi vida no tengo en mi cabeza ni carreras, ni kilómetros, ni tiempos, ni
series… Solo corro.
SERGIO BERBEGAL.